¿Hojas rayadas, de cuadros, hojas sueltas, folios en blanco? ¿Libretas pequeñas: A4, A5, B1? ¿Bolígrafo, pluma, lápiz…? ¿Cuál es el papel que utilizas cuando escribes? ¿Qué te hace escribir con un bolígrafo y cambiar a otro?
No es una de las preguntas más frecuentes en las miles de biografías de escritores. Este tipo de información es de segunda categoría. Uno se centra en el resultado, no en los materiales. Sin embargo, a mí me parece interesantísimo saber qué tipo de cuadernos usa Isabel Coixet cuando empieza sus guiones o cuál fue el bolígrafo con el que Han Kang escribió La clase de griego. Me desconsuela pensar que quizás escriben en ordenador.
El papel pertenece a muchas profesiones, no solo al escritor. Recuerdo la anécdota de Guillermo del Toro y ese cuaderno que perdió en un taxi con sus bocetos sobre El Laberinto de Fauno y otras obsesiones. Cuando lo encontró —tras dos días de angustia y pena— lo vivió como una señal para hacer esa película. Me pone los pelos de punta que algo tan simple como un olvido, decida el sí o el no de un proyecto. Sabido es que los cuadernos de Guillermo del Toro son una locura de creatividad. Son piezas de museo.
Me hace inmensamemte feliz terminar un cuaderno, porque sé que puedo comprarme otro sin mucho remordimiento. Acumulo, lo sé, acumulo muchas libretas, bolígrafos, lápices, sellos, sacapuntas, pegatinas, washi tape, etc. Todo lo que tenga que ver con el papel, la tinta y la lectura me apasiona y me encanta probarlo.
En los días en que las obligaciones me sobrepasan y no tengo tiempo ni para pensar, haciendo la compra para sobrevivir como humano, si paso delante de la sección de papelería de un simple supermercado, me produce un tremendo placer observarlo todo. Me quedo petrificada y con ojos de animal en peligro ante todo lo que tengo delante.
Con los años me he ido volviendo más précisa y a fuerza de ir adquiriendo los básicos, he desarrollado un sentido fino para encontrar aquello que es diferente. Busco la singularidad incluso en lo más cotidiano.
En mi estuche no pueden faltar lápices de diferentes minas, mi bolígrafo traveller con la tinta color ocre, mis plumas Parker: la negra de tinta negra, la azul clara para la tinta azul. La lista no la desvelaré todavía, os hago solo participes de la short list.
Escribo con bolígrafos de punta fina. No soporto los trazos gordos que encierran mis vocales en un borrón irreconocible. Mi letra es feísima, me encantaría tener una letra a la altura de esos bolígrafos que me encandilan, no es el caso.
En el mundo del papel tambien tengo mis preferencias. Mi idilio empieza con mi primer diario. Me lo regalaron en una noche de Reyes. Me fascinó que pudiera cerrarlo con un candado. Todavía lo conservo. Después de los diarios, llegaron la moda de los sobres y hojas. Empecé con un par y en a penas unas semanas, tenía una carpeta llena de folios con sobres en conjunto y olores a fruta de laboratorio. ¿Dónde estarán? Me inunda la melancolía pensar que se estarán pudriendo en una montaña de basura, contaminando la tierra o en el aire que respiro. Daría lo que fuera por volver a admirar esa colección.
Esta semana tuve el placer de terminar la libreta donde escribo mis artículos. Y fui a una de mis librerias favoritas de Málaga Mapas y compañía para satisfacer mi guilty pleasure. Escribo en las libretas japonesas Midori de formato A5. Esta vez cambio y voy a utilizar a rayas. Estos cuadernos me los recomendó una librera a la que admiro profundamente. Me encantaría llamarla MI librera. Pero yo no vivo en esa ciudad, aunque es mía cada vez que regreso.
Cuqui es mi hermana del alma del amor por los materiales. Ella —como el aire que crea el jarrón— da forma a mi locura por el papel. Sabe recomendar porque sabe disfrutar lo que atesora en su librería. Nuestra conversación siempre es gratificante, nada mejor que dos personas que coinciden sobre una pasión compartida. En esta última visita, me presentó las cajas de cartas de Pepin. La conversación comienza con una confesión mutua. Escribo cartas con un par de amigas y pensé en escribir esta semana. Cuqui me confesó que durante la pandemia también se escribía con sus amigas y eso la llevó a comprarse estos y otros set de cartas de la misma marca. Una preciosidad. Explosión, alío en un mismo instante infancia, pasión y escritura.
Hay algo de aterrador cuando escribo cartas. En las cartas existe ese caos de la inmediatez, del desorden, de la aceleración. Es una improvisación llevada por el hilo de una emoción que se va desarrollando. En una carta cuento, pregunto, me intrigo, sigo contanto, vuelvo a preguntar, me angustio. Hay un momento de vacío en las cartas. Algo que te deja esa sensación de desgarro, de silencio. Escribir una carta, si tiene una finalidad concreta, es fácil. Lo doloroso llega si en esa carta se solicita la presencia de la voz amiga, si en esa carta se anhela la voz del otro y que alguien elimine el vacío. Escribir esperando la respuesta es mucho silencio que soportar.
Si les apasiona escribir y quieren adentrarse en ese reto, les recomiendo un desafío de escritura maravilloso que propone la escritora Aniko Villalba. Escribes cartas bajo diferentes disparadores: a diferentes personas, lugares o incluso a ti misma. Si no la conocen, acérquense a ella y disfruten de cada uno de sus cursos de escritura. A nosotras nos apasionó cómo acerca la escritura a la vida. Lo mejor de Aniko es su dinamismo, esa lluvia de ideas que es su forma de escribir. No se pierdan a Aniko.
Volviendo a nuestros templos: las librerías con encanto —como las personas que son bellas— uno no puede dejar de mirarlas, de estar en ellas. Es fácil ser bella: escaleras, estanterías de madera, ventanales. Lo difícil es ser bella y tener encanto.
Están también esa categoría de librerías que no son tan bonitas pero tienen unos libreros excepcionales.
Luego el drama de la fama: en Shakespeare & Compagny antes podía entrar y sentirme perdida, anónima. Ahora con las barreras, los googles y las colas con « su turno, gracias» hacen que esta librería pierda ese encanto y se convierta en un parque de atracciones. Da bastante miedo. No sé si ellos están contentos con ese resultado. Siempre vuelvo y les rindo el respeto que me merecen, pero lloro mientras me digo el verso de Sabina.
«… al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver».
En Mapas & Compañía además de ser bella, tener encanto, ser una librería especializada en viajes, tener unos mapas extraordinarios, una sección de papelería exquisita, además, tiene unos libreros amables y sabios. No hay nada que puedas reprocharle. Solo espero que Google no los estrangule.
Terminamos. Somos generosos con el tiempo. No sé dónde nació ese amor, por qué nos fusionamos y nos adoramos tanto. Quizás venía en mi ADN. Admiro el papel y a estas alturas no puedo dejar de sumergirme en él. Es interminable e inagotable las opciones que me quedan todavía por descubrir. Yo solo tengo que salir y encontrarlas. Compartan contigo nombres de libretas, tintas que probar. Hagan eterna mi locura.
Larga vida al papel, a la tinta y a todo lo bello que está todavía por escribirse.